domingo, 22 de enero de 2017

Autobiografía.

Miro cara a cara al folio descaradamente
y me escribo.
Me escribo escribiéndome.
Mis dos conciencias discuten sobre la vida,
pero me escribo ecribiéndome tan poéticamente
que lo demás es secundario,
tengo que escribirlo.
Escribo que me escribo escribiéndome
y acaricio entre letras una explosión de utopías.
Mis conciencias hablan del tiempo,
de la contaminación,
y de política,
como si mi viaje literario por mí mismo fuese la barra del bar en el que nunca he estado
y las palabras que contiene fuesen gritos ahogados en licores que nunca probé.
También hablan del amor,
la muerte
y la poesía.
Recitan versos de un poema que nunca compuse:
"Las lágrimas que brotan del ojo tuerto del caos,
riegan los ríos en los que flotan las cenizas del tiempo que se desvanece
y desembocan en mares de tinta,
que cuentan que estuve preso entre versos
y en los márgenes se me ocurrió narrar que un día conocí la libertad prostituyéndose."
Los vacíos del folio en blanco son inversamente proporcionales a los que se crean en mi alma llena de odio a mí mismo.
Harto de mi ego quiero seguir hablando de mí.
Contradicciones que intento explicar pero no puedo.
Por ello, escribo que todo lo escrito anteriormente está obsoleto
creyendo que no es así.
Y escribo,
escribo,
escribo.
Soy mi propio creador en infinitas vidas ficticias.
Y escribo,
escribo,
escribo.
No hay ni finales felices ni perdices,
el único atracón es el del personaje de mí que se come a mi yo real.
Y escribo,
escribo,
escribo.
Y nada me define mejor que la nada,
dejo de escribir,
punto final.