miércoles, 15 de junio de 2016

Atardecer.

Los sueños de un niño sin infancia
encuentran refugio al calor del infierno
bajo la sombra de cipreses,
en los que ruiseñores mudos quieren cantar.
Florecen amapolas en fosas infinitas
que contienen cadáveres muy vivos
abarrotando la morada de Hades.
No me encuentro entre tantas flores.
En un alarde de cobardía,
cavo la tumba de la inmortal eternidad,
sabiendo que se desvanece fugazmente
pero nunca muere.
Sí, soy cobarde,
y hago equilibrios en la cuerda de mi vida,
sabiendo que no se va a romper.
Sí soy cobarde,
y desafío a esta sabiendo que voy a perder,
viviendo.
Miro al cielo,
la jauría de botellas de cristal
y esquinas transitadas
asustan a un sol que se esconde
en las faldas de la luna.
El horizonte con su incesante rubor apocalíptico
fusila rayos de luz que sangran morfina,
al compás del galopar de las saetas del tiempo.
El baile cromático del día agoniza y el cielo se tiñe de nada.
Qué precioso atardecer.



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